sábado

La Historia de Lucius


-         - ¡Tiren todo el lastre…! ¡Abran a todo las válvulas de hidrogeno ¡ -

Lucius gritaba órdenes mientras el vehículo volador se sacudía y hacia que el metal del armazón chirriara por el esfuerzo de mantener el rumbo dentro de aquella tormenta.
Con una ira por demás evidente se dirigió a su cabina, esperando que la tripulación cumpliera con su trabajo y que desquitaran el sueldo que les pagaba por guardar silencio,  pero una vez que cruzo el umbral de la escotilla, la expresiones ira cambio a la de dolor.
Cayó de rodillas sujetando y frotando sus brazos frenéticamente, buscando que la fricción le diera algo de calor a su aterido cuerpo.
Había cometido un grave error de juicio al saturar los compartimentos secretos de contrabando, el sobrepeso había vuelto inestable la marcha del dirigible y amenazaba con enviarlo a una fría tumba en el mar.

Tambaleante se dirigió hacia un carrito de servicio que se inclinaba de un lado a otro, tomo una botella y con avidez bebió el liquido ambarino que contenía,  se dejo caer en un sillón, cubriéndose la espalda con una pequeña manta que servía de cubre polvo.
Después de tomar otro largo trago, si mirada se torno distante y el demonio comenzó a recordar cuándo fue la última vez que había sentido un frio semejante.

Stoneport.  Hace 25 años.

A pesar de tener solo 17 años, Lucius ya pasa del metro con 85, pero independientemente de las ventajas físicas que su raza le profiere, su cuerpo es muy delgado e incluso débil.
Ha sido un invierno particularmente frio en Stoneport, solo deja de nevar por periodos de horas, que sirve para comprar víveres, carbón o en su defecto, golpear las tuberías de bronce, que si no mantienen un flujo continuo de agua caliente, se congelan en minutos.
Ese es el trabajo del joven Lucius, armado con una escalera y un martillo de madera, sube a los techos de los negocios, golpeando los congelados tubos de bronce, para así ganarse unas cuantas  monedas, ya sea para matar el hambre o el hambre de su hermano menor.

El viento aúlla en cuanto pone un pie en el primer peldaño de la escalera,  sus helados dedos tratan de aferrarse a la madera,  pero su estomago gime por comida y el frio de por si cruel, golpea de mas al joven demonio que apretando los dientes, se exige subir hasta arriba y cumplir con su cometido.
Golpe, golpe, golpe, pero sus entumidos miembros no pueden crear la suficiente fuerza para romper la capa de hielo en la tubería, desesperado, toma el martillo con ambas manos, a riesgo de perder el equilibrio,  espera que así pueda romper el hielo en pocos golpes,  un golpe, pedazos de hielo saltan, otro golpe,  una línea blanca recorre el hielo, otro golpe, un grueso pedazo salta hacia su cara,  liberando la mitad de la superficie del tubo.
Con la sucia manga se limpia la sangre de la nariz,  un último golpe,  sonoro, templado, hace vibrar el metal,  escucha con atención, esperando oír el rumor del agua corriendo por el tubo,  pero una breve columna de vapor le indica que su labor ha terminado, por hoy.

-         -  Toma, cuando sea primavera tengo un trabajo para ti, quiero que le pongas aislamiento a toda la tubería de la azotea.-

Un hombre bajo, regordete y con bigote de brocha, arroja unas monedas sobre la mesa,  su tono es claramente despectivo, pero las pupilas rojas del demonio reflejan solo indiferencia,  hace un gesto afirmativo con la cabeza, toma rápidamente las monedas y se dirige a la puerta.

La ventisca lo saluda y lo hace apretar los dientes,  el frio lo hace temblar, trata de arrancarle algo de calor al despojo de abrigo que lo cubre, hundiéndose  en la tira de tela que hace de bufanda, el gruñido que viene de su estomago le hace ver que tiene que ir a otro lado.
Unos metros más adelante, la campanilla en la puerta anuncia su entrada en una tienda, con su típica actitud hosca,  deja caer sobre el mostrador las monedas que gano hace un poco…

-          - Queso y pan –

Dijo, mientras el tendero le dirigía una mirada igualmente hostil.
El hombre del delantal le entrego un pedazo mediano de queso y media hogaza de pan, envueltos en un papel, sin decir otra palabra, tomo el paquete y se salió de ahí.

-          - Arrogantes humanos…-

Murmuro para sí mismo, cuando un breve rayo de sol,  el primero y el último del agonizante día,  pasó a través de las nubes, haciéndolo ver su larguísima sombra, de la que destacaba sus alas de demonio.
Su deseo imperativo era el conseguir el oro suficiente para poder pagar la extirpación de aquellas aberraciones adheridas a su espalda, pero aun le faltaba mucho.

-          - Lucien... -

El breve recuerdo de su hermano lo saco de su cavilación y se dirigió a toda prisa al callejón donde lo esperaba su hermano menor,  ahí en un punto alejado de la esquina y precariamente  protegido por los edificios, un precario refugio hecho de cajas de madera y despojos de tela era el lugar al que llamaba hogar.

-          - ¡ Hey Lou ¡ -

Saludo, corriendo a un lado la raída cortina que hacía de puerta del refugio, a lo que el otro demonio solo le contesto con un leve movimiento de su mano.

-          - Toma, quisiera que fuera más, pero sabes que al tendero no le caen bien los de nuestra especie. -

El otro demonio temblando casi incontrolablemente, pero aun con su temblor, rasgo con frenesí el papel del envoltorio, pero al ver lo pequeño de la porción,  hizo el gesto a Lucius de que tomara el primero su porción.

-          - Cómelo todo Lou, yo comí algo hace rato. -

Dijo el más alto con una sonrisa, la cual se desvaneció, al notar que un copo de nieve la había caído en la nariz.

-          - ¡! Maldita sea mi condenada suerte ¡¡-

Desesperado busco algo con lo que pudiera hacer algo de fuego,  sabía que sin una fuente de calor,  ambos morirían,  pero lo único que quedaba de madera a la alcance, era el refugio y no duraría mucho…  Pero por esa noche tendría que servir.

Usando toda su fuerza arranco la lamina de un anuncio, que apoyada  contra la pared, les cubriría de la nieve que caía, comenzó a quemar lentamente las delgadas tablas que habían hecho de refugio,  y aunque débil, les proveía una fuente de calor, la sensación de tibieza lo invadió, pero debía mantenerse despierto, pero sus ojos pesaban tanto...

Sus ojos se abrieron en un sobresalto,  la nieve invadía su improvisado refugio, de la fogata no quedaban ni rastros,  sacudió a Lucien, esperando despertarlo, pero estaba helado, completamente frio, pero aun respiraba,  sin pensarlo dos veces, se quito su abrigo, envolvió en él a su hermano menor y con las manos desnudad comenzó a arrojar la nieve, buscando en el último lugar donde recordaba había un poco de leña,  después de unos minutos encontró algo de leña, húmeda, fría y por demás inútil,  las lagrimas comenzaron  a rodar por su mejillas, y alzo su mirada al cielo, un cielo cristalino, poblado de una miríada de estrellas y sin una sola nube en el.

-         -  L… Lu… Luc…-

La voz de su hermanito lo regreso a la realidad.

-          - Aquí estoy hermanito, tranquilo, falta poco para amanecer, duerme, aquí estaré cuando despiertes.-

El demonio más joven cerró los ojos de nuevo, mientras el otro lo acuno en sus brazos…

-         -  Te lo juro Lou, nunca más,  jamás volveremos a vivir en la calle, así tenga que robar, engañar, matar… jamás volveremos a esto… -

-          - ¿Sr. Van Helvede…? -

La mención de su nombre y el toquido en la puerta de su cabina, hizo que sus recuerdos se dispersaran, se puso de pie y se dirigió a la fuente de la voz.

-           -¿Que sucede?-

-          - Eeeeh,  la tormenta se ha despejado Sr., llegaremos al puerto en unas horas.-

        -  Muy bien Capitán, es hora de volver a los negocios. -